Deje a Josep porque no era la mujer de mis sueños. Todo empezó el verano pasado, me moría de calor todo el día. El tiempo seco anidaba en cada poro de mi piel y ansiaba que el cielo estallara en una tormenta con desesperación. Tal vez, esa fue la razón por la que empece a tener ese extraño sueño. Era un sueño recurrente donde todo sucedía en el mismo orden y tan real que me despertaba sudando y podía palparlo en la bruma de la madrugada. Cada noche sin falta volvía, yo caminaba medio desnuda por las calles de Madrid en una tormenta de verano. Todo adquiría el tono ocre e irreal de los días de lluvia. Las calles eran ríos y mi misma piel estaba llena de caminos inundados por el agua. Mi corazón palpitaba con fuerza, un océano denso de agua me llenaba por dentro. Sentía que en cualquier momento explotaría y los peces de colores que nadaban en mi estomago, saldrían volando hacia las nubes. El sol estaba a punto de ponerse y en ese momento vi entre arboles, al pie de la calzada aparecía luminosa la señal roja de una parada de autobús. Y esperando había una mujer alta de rasgos finos, con el pelo encrespado por la lluvia y tan abundante que la caía en cascada por la espalda. Tenia los ojos negros y rasgados, llevaba un vestido de flores diminutas, tan pegado por el agua al cuerpo que parecía que estaba completamente desnuda y las flores eran tatuajes en su piel canela. Ella me miraba y sonreía. Yo me acercaba temblando y ella me tomaba... yo anhelaba fundirme con ella, pero siempre en ese instante me despertaba sudando. Mi deseo frustrado rasgaba la piel dormida de Josep que se veía arrastrado por mi furia.
Conocí a Josep en la fiesta de graduación de mi hermano Alberto, los dos eran compañeros de clase y se habían licenciado en arquitectura en la universidad privada más cara de la ciudad. Yo tenia veintitrés años, estaba estudiando publicidad y esperaba encontrar mi príncipe azul montado en un BMW. Por eso, aunque Josep no era precisamente guapo, entre mi madre y yo le encontramos miles de encantos. En menos de un año ya estabamos comprometidos. Todo iba sobre ruedas, yo tenia en casa un buen partido y en la calle encuentros ocasionales que me sacudían la rutina echando polvos. Me escapaba a los antros del centro, llenos de humo, ron y tequila. Bailaba sin descanso hasta acabar siempre pasando una noche sabrosa en unos brazos más toscos y morenos.
Llevábamos casi tres años viviendo juntos cuando me obsesione con la mujer de mis sueños. Me enamore enfermizamente de un fantasma, tan real, tan presente, que tenia que existir. La tenia que haber visto antes, aunque solo fuera de forma fugaz. Empece a perseguir un sueño. Para Josep yo estaba desequilibrada, una y otra vez lo obligue ha hacerme el amor travestido de mujer. Pero cuando después de vestirlo lo obligaba a ducharse vestido empezó a desconfiar.
- A que juegas Manuela, a que viene todo esto-
-¿ Quien eres? ¿quien eres? ¿Dónde estas? No te encuentro, no te encuentro... – Le respondia desde el fondo de mi deseo, no queria verlo a el, queria verla a ella. Fantaseaba que él era ella.
- Estas muy rara, Manuela... me quieres decir lo que te pasa.-
- Cállate y vete.- Me senté de cara a una ventana y no me moví en hasta que sentí que se había ido. Josep se aterrorizo, y su partida me dio alas para dedicarme exclusivamente a mi obsesión, dia y noche como un zombi, reclamaba al cielo una tormenta. Pero nunca llovía. Sola y encerrada mi pasado ardió dejando un olor rancio, desaprendí los viejos caminos y me quede vacía. Cuando no estab absorta en casa mirando las nubes me daba eternos paseos por todas la calles de Madrid buscando in lugar similar al que aparecía en mis sueños. El mundo se abría extenso como un laberinto y ella era un espejismo escondido entre el cemento.
Una tarde a finales de agosto en el punto más critico de la sequía que azotaba el cielo se encapoto de nubes negras y estalló una tormenta milenaria. La ciudad entera estaba azotada por un aguacero inclemente. La ciudad se convirtió en un gran desierto de cemento, de calles vacías y ríos. Un rayo cruzo las nubes y toda la cuidad retumbo, un escalofrío me recorrió la espina dorsal de un extremo a otro, me lance a la calle. Toda la ciudad olía a ella y a tierra mojada.
En las afueras cuando las nubes amainaron un poco y los últimos rayos de sol iluminaron la tarde, llegue a los jardines del palacio real y bajo el sendero de arboles que daban paso a los jardines del moro, escondida detrás de unos arbustos allí estaba ella en la parada de autobús, esperando, esperándome, saliendo por fin de mi sueño, haciéndose real. Me miro y por fin el sueño pudo continuar.
Set el perrito valiente
Hace 10 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario