las amistades de Beatriz 3

Una casa en una esquina se impone con su presencia antigua sobre las demas de la calle, dentro una mesonera con el pelo azul mira con descaro y descuido una tarde de domingo, donde el viento perdido baila con las bolsas de la calle.
Mirando calle arriba, espera, espera y finalmente espera. Que llegue ella,
siempre la espera sin buscarla, sin llamarla...

A lo lejos ve su silueta bajando la calle, cojiendo la camara y enfocandola en un beso, antes de que el flash la deslumbre, una rafaga de viento abre todas las ventanas y estalla una tormenta...

Las amistades de Beatriz 2

Beatriz se levanta por la mañana, se desespereza... va al baño. Es un día especialmente tranquilo. ¿Será sábado? Se intenta acordar de lo que hizo el dia anterior... un poco de agua le mejorará la memoria. Diluviaba en madrid y los dos chicos que conocieron y se hicieron sus amigos, la acompañaron a ella y a Lucia hasta La Gran Via. Ellos se quedaron viendolas irse en el taxi a casa y Lucia la miro a los ojos:
- Tu crees que tienen donde dormir hoy.-
- Seguro que si.- Respondió Beatriz dudosa.-
- Casi no hablaban español.-
- Si, pero son inteligentes y buena gente, eso se ve a la legua, no te preocupes que los volveremos a ver.-

Lucia se arrellano en el sillon y los ojos le brillaban, Beatriz la miro con el cariño que le tenia desde ya hacia una decada, las dos se enamoraban siempre de quien menos les convenia, tenían que hacer grandes esfuerzos para no intentar resolverle la vida a la gente de su alrededor. Eran fuertes, dulces y vulnerables.

Las amistades de Beatriz 1

Beatriz se iba a dar una ducha cuando sono el timbre; era Arthur. Si Beatriz hubiera sabido que esa era la última vez que veria con vida a Arthur lo habria invitado a cenar y habria estado mas pendiente de él. No en vano era su mejor amigo y complice desde hacia muchos años. Se conocian desde pequeños y su vida había transcurrido paralela. Era una de esas relaciones que no entiendes si no la has vivido. Pero Beatriz tenia gripe, fiebre y mal humor y era tarde. Sabía que Arthur venia a cotillear como era de guapa la nueva compañera de piso neoyorquina de Beatriz. Arthur era una de las pocas personas que Beatriz hubiera permitido que la sacara a tomar unas cañas en ese estado, pero se hizo a la idea, por si acaso el romance entre Gina, su compañera de piso y Arthur prosperaba. Despues de compartir unas pipas con ellos sentados en el suelo de plaza de Lavapies, se disculparia y se a iria dormir.

El Viaje

La ciudad era una lluvia perpetua
verde y azul,
la vegetación exuberante
bajaba por las piedras.
El frío intenso estaba sentado fuera.
Ella sentía un témpano de hielo dentro.
Avanzaba silenciosa y descalza,
la piel mojada por el sudor.
El deseo anidaba entre sus senos y sus axilas.
Descubría, descubría su ceguera,
un fuerte olor inundaba sus fosas nasales.
No podía respirar
y su piel se impregnaba
de ese olor caliente,
asfixiante y húmedo.
Deslizaba su mano por el muro de piedra,
todo estaba lleno de sombras,
la piedra fría chorreaba por las comisuras
el mismo líquido denso que salpicaba su cuerpo.
Andaba con la mano pegada al muro
cuando se hundió en un agujero caliente.
Era una herida de piedra,
la mano le chorreaba,
su mente le mandaba destellos de color,
su cabeza sentía una pulsación contínua,
su estomago una punzada de miedo.
Su cerebro le envío destellos rojos
en la oscuridad brillante de su memoria.
Se durmió, se desmayo agotada
al despertarse se moría de sed.
Se arrastro por el barro
llegó a una laguna infinita,
la belleza era agua,
manantial profundo y cristalino.
Esa belleza presente, ansiada, buscada
esa belleza ausente, como un invitado de hotel
como un postre en el día especial, como un premio.
Esa belleza fugaz y eterna
Bebió y el agua limpió su mirada
Avanzaba entre los colores, buscó con sus manos el sol.
Sin sol se marchitaba, se pudría
y la rancia belleza era queso podrido,
era una arcada forzada en la garganta.
Abrió una puerta y todo se salpicó de rojo,
de un rojo líquido y brillante.
Tuvo miedo de perderse en ese rojo,
y un grito cortó el silencio
y sus ojos se llenaron de lágrimas,
dando paso a una tristeza profunda.
La desesperación fue música de sus días.
No quiso cerrar los ojos,
todo era rojo espeso, irrespirable.
Se ahogó, hundiéndose en el rojo,
desnuda se dejo arropar por ese mar denso.
Al dejar de luchar, pequeñas y dolorosas muertes se sucedieron y una metamorfosis se gesto dentro de su escamada piel.
El tiempo paso muy lentamente,
los tiempos en las pesadillas se dilatan
y aceleran a su antojo.
Una mañana despertó llorando,
ríos brotaban de sus bocas.
El olor fue aire,
fue bruma de playa,
fue niebla despejada.
Las lagrimas le arrancaron todas las costras
que durante siglos habían llenado sus capas.
Ese mar salado brotó de sus entrañas
y le cicatrizó todas las heridas.
Se puso de pie
y el olor de las nubes de tormenta,
el tacto frío y desnudo del muro,
se tiñó de tristeza tranquila
con destellos grises, verdaceos.
Cuando miró al cielo flotaba en las nubes una ventana por donde vió una ciudad verde y azul en lluvias.
Desde una esquina de esa ventana saltaban burbujas
de pintura que se multiplicaban,
volando desde la ciudad,
del mundo exterior al rojo.
Burbujas que se perdían detrás de una esquina.
El verde creció melancólico,
lo ocupó todo y ella soñó,
absorbió ese tono oscuro.
El verde tiñó al rojo y avanzó.
Andaba por la página
de un libro lleno de polvo,
pego un salto y paso capítulo.
El universo verde estaba lleno de música “indie”,
música melancólica y apagada,
música rebelde y sumisa de canciones tristes,
que empiezan donde se establece
una frontera definida entre el dolor
y seguir el camino felizmente
y si no simplemente seguir.
En el verde entendió la semilla de las debilidades
humanas, mirar hacia atrás y perderlo todo.
Así perdió Orfeo a Euridice,
que estúpida y humana fue esa mirada fugaz.
Un día dejó de recordar quien fue antes de la pesadilla, dejó de recordar a quién amaba en ese momento,
dejó de recordar las heridas,
el sol la acariciaba por las mañanas y su piel se iba fundiendo con el largo muro roto anteriormente.
Ya era carne tierna,
cicatrices cerradas.
El agua que bebía ya no salía convertida en lagrimas.
De su cabeza surgieron nubes
que se evaporaron desde su cerebro creando lluvias, sembrando cosechas de nuevas emociones,
arco iris por los que caminó con su tacto de espejo.
Su mente pensaba en la naturaleza toda.
Le llegaba el olor a barro mojado,
todo era límpio, abierto.
Su cuerpo se sentía cómodo
en la placenta de calor donde sé había refugiado.
Arqueó la espalda y se dejo caer
sobre el arco iris hacia atrás.
Su cuerpo fue entonces firmamento de estrellas
y su cerebro le mando destellos azules,
en todos los tonos que su mente recordaba.
El día que decidió no mirar atrás
todo era azul,
los buses azules,
las mujeres azules con sus sonrisas azules
y sus palabras azules.
Todo azul y una felicidad azul,
una mañana de mayo su piel se levantó azul
y salió a beber la belleza de a poquitos,
para no desdibujar los contornos de lo amado.
Toda la naturaleza del mundo
y su cuerpo sediento eran uno sólo,
sus poros se abrieron a la caricia del amor.
Su cerebro le mando destellos fucsias.
Y decidió volver a mirar,
abrió los ojos y pudo ver.
Llego una nube fucsia,
al mirarla descubrió la sensualidad,
escondida detrás de las palabras.
Llena de erotismo y libertad,
una cascada pasional y efímera.
Miró sonriendo al cielo
y le llovieron míl amantes efímeras,
mariposas fucsias de noches azules.
Todo empezó a palpitar
y la ventana se abrió hacia el espejo.
Se miró, reconociéndose en el rostro
de una mujer más joven,
más viva, más libre, más bella.
Había viajado dos horas en un tren extranjero,
leguas de sensaciones en su pequeña cabeza.
Sus ojos antes castaños,
tenían una coloración verde brillante.
Extraña.


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Extraido de:
VIDA LUZA
Con los pies en la arena
Libro de poemas escrito por Asor

La ciudad se diluia bajo la lluvia...




La cuidad se diluía bajo la lluvia. Alejandra desde su cama pensaba en todas aquellas otras tormentas en las que había entretenido las horas muertas acompañada haciendo cualquier cosa sin sentido, pero que daba todo un sentido al vacio que ahora sentía. Ahora estaba sola, con una sensación extraña pegándose a su piel, una mezcla de calor y deseo.

De repente el timbre del telefonillo, la devolvió a la realidad. Alguien volvía a desestabilizar la armonía, de vivir con un universo flotando por encima de su cabeza. Fuera quien fuera tenia la certeza de que Alejandra se encontraba en casa por que no dejo de insistir hasta recibir al otro lado del auricular una voz derrotada.

- Si, ¿quien es?-
- Soy “Yo” - contesto una voz serena al otro lado del telefonillo
- ¿Y que quiere “Yo” hacer en mi casa? .-

Pregunto Alejandra pensando que alguna amiga le estaba gastando una broma.

- Venia a refugiarme de la lluvia o a tomar un té.-

Alejandra, pensando que seguramente era Julia con una amiga en unos de sus jueguitos, abrió tranquila la puerta.
Al parar el ascensor en su piso, Alejandra pudo comprobar que de este se bajo una mujer, sola y que además no conocía. Era alta y su presencia era como un imán.

Alejandra sentía que la misma lluvia que martilleaba fuera estaba dentro del edificio, su mirada se lleno de agua…

Cuando volvió a despertarse había oscurecido y no podría determinar que hora seria. Lo primero que pensó fue que decididamente había estado soñando. Pero al levantar la mirada hacia el balcón allí estaba ella. Miraba al infinito, con una gabardina de hombre que le quedaba grande y con el pelo en una trenza que le caía hasta la cintura.
Alejandra que vivía con un pie en la fantasía y otro en la realidad, no podía evitar que su curiosidad le ganara siempre la batalla a su miedo y se acerco a ella.
Antes de que pudiera tocarle el hombro la desconocida se dio la vuelta y mirándola a los ojos le esbozo una sonrisa:

- Te levantaste por fin, me has dado un susto tremendo.-

Alejandra había escuchado antes esa voz, pero no recordaba a esa mujer. La miro un segundo intentando rebuscar una imagen de ella en su cerebro, pero no encontró ninguna…

- Tu si que has dado una sorpresa tremenda, ¿Quién eres?-
- ¿Y eso importa mucho?-

Le respondió la desconocida desafiándola con una sonrisa y añadió.

- Soy un hada madrina, pideme un deseo y te lo cumpliré.-
- ¿Qué me ha pasado?.-

Pregunto Alejandra, que acababa de acordarse de que se había desmayado.
- Un bajón de tensión, o de azúcar, cosa que no me extraña pues viendo las telarañas de tu nevera, se nota que hace años no vas a la compra y no creo que sea una cuestión de dinero.-

Alejandra empezó a pensar que para ser una alucinación o en el peor de los casos una aparecida era un poco impertinente.

- ¿Y que quieres de mi?-
- Quiero tus sueños, no todos solo los malos.-

Alejandra quiso ir un momento a la cocina porque se estaba mareando de nuevo, pero la puerta ya no estaba allí. Toda la habitación se había derretido y solo quedaban pequeños trozos como fotografías flotando en mitad de la noche. Estaba descalza y bajo sus pies solo tenía tierra. Ahora la mujer estaba sentada en una rama y a veces cuando sonreía en mitad de la noche, solo se alcanzaban a ver sus dientes blancos.

- ¿Cómo te llamas?.-
- Alejandra.-

Se llamaba igual que ella, y su voz era como la de ella, pero como si estuviera grabada por un magnetofón viejo. Por eso le era familiar. Alejandra se acerco a la mujer y le tendió la mano, su mano era igual que la de ella, pero con la diferencia que la otra parecía ser el reflejo de esta en un espejo cóncavo. Ella era la otra y la otra era ella. Por eso la tomo de la mano, la sentó en la tierra, puso su cabeza en su regazo y empezó a hilar un sueño en el cual una araña mágica le tejía todos sus desdoblamientos a su piel y las personalidades que la habitaban volvían a su centro, para no multiplicarse y hacerse en cuerpo presente, que le terminaran de romper le frontera que tanto le costaba mantener entre la realidad y el sueño.
Dentro de la habitación desconchada de Alejandra había un jardín secreto, fuera en la calle, la ciudad se seguía diluyendo bajo la lluvia y el color ocre impregnaba todo con un olor a cuero viejo.