El Viaje

La ciudad era una lluvia perpetua
verde y azul,
la vegetación exuberante
bajaba por las piedras.
El frío intenso estaba sentado fuera.
Ella sentía un témpano de hielo dentro.
Avanzaba silenciosa y descalza,
la piel mojada por el sudor.
El deseo anidaba entre sus senos y sus axilas.
Descubría, descubría su ceguera,
un fuerte olor inundaba sus fosas nasales.
No podía respirar
y su piel se impregnaba
de ese olor caliente,
asfixiante y húmedo.
Deslizaba su mano por el muro de piedra,
todo estaba lleno de sombras,
la piedra fría chorreaba por las comisuras
el mismo líquido denso que salpicaba su cuerpo.
Andaba con la mano pegada al muro
cuando se hundió en un agujero caliente.
Era una herida de piedra,
la mano le chorreaba,
su mente le mandaba destellos de color,
su cabeza sentía una pulsación contínua,
su estomago una punzada de miedo.
Su cerebro le envío destellos rojos
en la oscuridad brillante de su memoria.
Se durmió, se desmayo agotada
al despertarse se moría de sed.
Se arrastro por el barro
llegó a una laguna infinita,
la belleza era agua,
manantial profundo y cristalino.
Esa belleza presente, ansiada, buscada
esa belleza ausente, como un invitado de hotel
como un postre en el día especial, como un premio.
Esa belleza fugaz y eterna
Bebió y el agua limpió su mirada
Avanzaba entre los colores, buscó con sus manos el sol.
Sin sol se marchitaba, se pudría
y la rancia belleza era queso podrido,
era una arcada forzada en la garganta.
Abrió una puerta y todo se salpicó de rojo,
de un rojo líquido y brillante.
Tuvo miedo de perderse en ese rojo,
y un grito cortó el silencio
y sus ojos se llenaron de lágrimas,
dando paso a una tristeza profunda.
La desesperación fue música de sus días.
No quiso cerrar los ojos,
todo era rojo espeso, irrespirable.
Se ahogó, hundiéndose en el rojo,
desnuda se dejo arropar por ese mar denso.
Al dejar de luchar, pequeñas y dolorosas muertes se sucedieron y una metamorfosis se gesto dentro de su escamada piel.
El tiempo paso muy lentamente,
los tiempos en las pesadillas se dilatan
y aceleran a su antojo.
Una mañana despertó llorando,
ríos brotaban de sus bocas.
El olor fue aire,
fue bruma de playa,
fue niebla despejada.
Las lagrimas le arrancaron todas las costras
que durante siglos habían llenado sus capas.
Ese mar salado brotó de sus entrañas
y le cicatrizó todas las heridas.
Se puso de pie
y el olor de las nubes de tormenta,
el tacto frío y desnudo del muro,
se tiñó de tristeza tranquila
con destellos grises, verdaceos.
Cuando miró al cielo flotaba en las nubes una ventana por donde vió una ciudad verde y azul en lluvias.
Desde una esquina de esa ventana saltaban burbujas
de pintura que se multiplicaban,
volando desde la ciudad,
del mundo exterior al rojo.
Burbujas que se perdían detrás de una esquina.
El verde creció melancólico,
lo ocupó todo y ella soñó,
absorbió ese tono oscuro.
El verde tiñó al rojo y avanzó.
Andaba por la página
de un libro lleno de polvo,
pego un salto y paso capítulo.
El universo verde estaba lleno de música “indie”,
música melancólica y apagada,
música rebelde y sumisa de canciones tristes,
que empiezan donde se establece
una frontera definida entre el dolor
y seguir el camino felizmente
y si no simplemente seguir.
En el verde entendió la semilla de las debilidades
humanas, mirar hacia atrás y perderlo todo.
Así perdió Orfeo a Euridice,
que estúpida y humana fue esa mirada fugaz.
Un día dejó de recordar quien fue antes de la pesadilla, dejó de recordar a quién amaba en ese momento,
dejó de recordar las heridas,
el sol la acariciaba por las mañanas y su piel se iba fundiendo con el largo muro roto anteriormente.
Ya era carne tierna,
cicatrices cerradas.
El agua que bebía ya no salía convertida en lagrimas.
De su cabeza surgieron nubes
que se evaporaron desde su cerebro creando lluvias, sembrando cosechas de nuevas emociones,
arco iris por los que caminó con su tacto de espejo.
Su mente pensaba en la naturaleza toda.
Le llegaba el olor a barro mojado,
todo era límpio, abierto.
Su cuerpo se sentía cómodo
en la placenta de calor donde sé había refugiado.
Arqueó la espalda y se dejo caer
sobre el arco iris hacia atrás.
Su cuerpo fue entonces firmamento de estrellas
y su cerebro le mando destellos azules,
en todos los tonos que su mente recordaba.
El día que decidió no mirar atrás
todo era azul,
los buses azules,
las mujeres azules con sus sonrisas azules
y sus palabras azules.
Todo azul y una felicidad azul,
una mañana de mayo su piel se levantó azul
y salió a beber la belleza de a poquitos,
para no desdibujar los contornos de lo amado.
Toda la naturaleza del mundo
y su cuerpo sediento eran uno sólo,
sus poros se abrieron a la caricia del amor.
Su cerebro le mando destellos fucsias.
Y decidió volver a mirar,
abrió los ojos y pudo ver.
Llego una nube fucsia,
al mirarla descubrió la sensualidad,
escondida detrás de las palabras.
Llena de erotismo y libertad,
una cascada pasional y efímera.
Miró sonriendo al cielo
y le llovieron míl amantes efímeras,
mariposas fucsias de noches azules.
Todo empezó a palpitar
y la ventana se abrió hacia el espejo.
Se miró, reconociéndose en el rostro
de una mujer más joven,
más viva, más libre, más bella.
Había viajado dos horas en un tren extranjero,
leguas de sensaciones en su pequeña cabeza.
Sus ojos antes castaños,
tenían una coloración verde brillante.
Extraña.


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Extraido de:
VIDA LUZA
Con los pies en la arena
Libro de poemas escrito por Asor

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