
Había una vez una niña pequeña muy pequeña que se llamaba marianita, esta niña primero había sido una tripa muy redonda y bonita dentro del cuerpo de su mama Sandra. Pero como marianita era un bebe muy grande muy grande la tripa se quedo pequeña y su mama tuvo que ir corriendo al hospital pues marianita grande y cabezota había decido nacer dos meses antes...
La primera vez que la vimos estaba en una incubadora dentro de una habitación muy blanca, todo el mundo que entraba tenia que dizfrazarse y ponerse batas verdes lo que les daba una pinta de carnaval de hospital...
Marianita no hacia mas que moverse de un lado a otro de la incubadora, daba vueltas como si estuviera en un tiovivo particular. Primero se iba arrastrando de una esquina a otra y luego a otra... a lo lejos se veía que había salido con la herencia de la familia, bebe curiosa y activa.
Desde el otro lado del cristal distinguíamos sus movimientos inquietos, la acompañábamos en sus exploraciones y le hablábamos en el lenguaje de los bebes mimados.
Siempre no sorprendió que frente a los tranquilos niños de las cunas de al lado ella se mostrara tan interesada por la luz y por reconocer todos los espacios... No sabíamos lo que se nos venia encima, o si lo sabíamos y mirábamos con ternura a Sandra. Marianita salió igual de hiperactiva que todas las mujeres de la familia. Chillona, escandalosa, coqueta, alegre, simpática , dominante y sobre todo independiente.
Marianita siguió creciendo y nos dejo a todos atrás era tan grande que los pájaros hacían nidos en los bolsillos de su vestido y los señores que ponen los cables de la luz le pedían ayuda para que les sujetara la escalera o les pasara los alicates.
A veces cuando algo no le gustaba se enfadaba y hacia grandes agujeros dentro de la tierra por donde escondía la cabeza pegaba gritos y luego lo llenaba de agua y peces de colores creando a cada berrinche un nuevo mar.
Su mama tenia que subirse en un ascensor con la sopa y con una cuchara muy grande le daba de comer...
Pero marianita era una bebe tan grande y caprichosa que a veces se negaba a tomar la sopa y del manotazo que daba al plato, dejaba a su mamá mojada de los pies a la cabeza. Cuando sucedía eso la familia sufría unos ataques tan fuerte de risa que les salían granos de color verde menta y la fabrica de caramelos de la ciudad, se los compraba para hacer chicles.
Con el dinero de vender los granos de color verde menta toda la familia se sujetaba a las faldas de Marianita y se iban corriendo al mercado a comprar, cebolla, calabacín, zanahoria, papa, pollo… para hacerles sopas cada vez más ricas a la niña consentida.
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